Una semana santa de oración con profunda devoción
En Semana Santa muchas familias han hecho la acostumbre de viajar y esta época se ha tomado más como temporada de vacaciones que como tiempo para meditar en el verdadero sentido de los días santos. El significado de la Semana Santa es la conmemoración anual cristiana de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret. Inicia el Domingo de Ramos y finaliza el Domingo de Resurrección.
Esta Semana Santa será diferente, no tiene precedente dadas las circunstancias por las que atraviesa el mundo debido a la pandemia que azota a la humanidad sin discriminar raza, género o edad.
Ahora hablamos de la muerte y la resurrección de Jesús de Nazaret, pero también de la muerte y resurrección que nos implica a nosotros, de nuestra propia muerte y nuestra propia resurrección. Este período de aislamiento social en el que estamos atemorizados con la angustia de que la tragedia pueda llegar a nuestra familia o a nuestra propia persona, cambia la visión que tenemos ahora de el calvario que vivió Jesús y cobra más sentido para nosotros. También estamos pasando por momentos difíciles: los riesgos de convivencia con el prójimo, el no acudir a los eventos religiosos, el no salir a trabajar y ver venir problemas de todo tipo nos hacen sentir que vivimos una pesadilla, algo jamás imaginado. Sin duda el encierro nos dejará cosas buenas, mucho aprendizaje y la posibilidad de estar en casa siguiendo por los diversos medios de comunicación, los eventos y celebraciones religiosas propias del momento.
Comparamos un poco nuestra soledad y nuestra congoja con la que pudo haber pasado Jesús en sus momentos de tribulación. Sin embargo, el sacrificio que Él hizo por todos nosotros es digno de ser agradecido, reconocido y que no sea en vano puesto que su sufrimiento alimenta nuestra fe. Ahora más que nunca necesitamos estar llenos de esperanza y nuestras creencias deben ser firmes para permitirnos superar estas crisis que nos llegaron de golpe y de manera inesperada.
¿Se han preguntado por qué se dan estos sucesos de enfermedad y muerte en esta temporada? ¿Es casualidad? Nunca antes se habían cancelado tantas vacaciones, tantos vuelos y hospedajes. ¿Dios quiere darnos tiempo y espacio para reflexionar juntos en familia en que realmente no somos nada? Estamos,,, y de pronto ya no estamos. Sabemos que pasaremos más tiempo muertos que vivos. Todo lo material que tenemos no nos salva del temor, del riego y de la incertidumbre. Así como le sucedió a Jesús, ahora más que nunca, nosotros sentimos que la muerte es una posibilidad, aunque Él si sabía con certeza su proximidad. Qué terrible debe haber sido para Él saberlo y aceptar hacer ese sacrificio por la salvación de la humanidad creyente en su fe. Jesús siendo inocente fue juzgado, condenado, lastimado y crucificado. ¿Cuántos inocentes viven también ahora el riesgo de la finitud acechadora?
Que esta Semana Santa y esta pandemia que se conjuntaron, nos brinden la oportunidad de trabajar en un proceso de transformación interior. Enfrentemos el sufrimiento que todo esto implica y detengámoslo. Se dice que el dolor es inevitable y que el sufrimiento es opcional, entonces optemos por no querer sufrir, en todo caso, hay que tomarlo como una advertencia, como un aviso de lo que hemos hecho mal y en lo que nos hemos equivocado.
El dolor físico nos es útil para alertarnos de la situación que nos está amenazando con dañarnos. Lo mismo sucede con el sufrimiento psicológico. Cuando sufro, se me está indicando, estoy teniendo la prueba evidente de algo que no comprendo, algo terrible que nos cambió la vida de pronto. Lo que quiero es comprender, quiero entender, prevenir y evitar. Este es el primer eslabón, el primer paso del proceso de liberación del sufrimiento.
Imaginemos el sufrimiento del nazareno cuando fue sometido a la tentación. Recordemos el episodio de la vida de Jesús narrado por el evangelista Mateo en el Nuevo Testamento (Mt 4, 1-11) Jesús se dirigió al desierto y meditó durante cuarenta días y cuarenta noches. Estaba solo, aislado, sin comodidades, ni comida y sin sus seres queridos. Jesús fue conducido por el Espíritu de Dios al desierto, para que fuese tentado allí por el diablo. Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. Y vino a Él el diablo y le dijo: Si eres el Hijo de Dios, di que esas piedras se conviertan en panes para comer. Más Jesús le respondió: Escrito está: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Después de esta experiencia, donde nos sentimos alejados y en cuarentena, nos transformaremos en alumnos que aprendieron lecciones en el colegio de la vida y a tener la entereza que tuvo Jesús en su periodo de prueba. Al ver la muerte como una posibilidad cercana, como un ente que puede en cualquier momento atacar y que la vida puede terminar en unos días, tenemos dos opciones: o morimos o vivimos. Si vivimos, estamos hablando de volver a nacer. De un renacimiento. Nacemos como hijos de Dios hechos a su imagen y semejanza. Vivimos para salvarnos y sanar profundamente nuestra vida del dolor, de la equivocación y del sufrimiento. Podremos escoger y comprender el sentido de nuestra propia vida y tendremos entonces, otra oportunidad de volver a vivir renovados.
Este tiempo en introspección nos permitirá invertir momentos para limpiar nuestros errores interiores. Hay personas que creen que es imposible lograr una felicidad total aquí y ahora. Nuestros errores, nuestra ignorancia no son infinitos. Cuando podamos mirar nuestra alma y al mundo con ternura, amor y sin juicios, podremos aceptar a los demás como son, sin la necesidad de cambiarlos. En ese instante, empieza el último paso de nuestra transformación interior.
Al comprender y encarnar todo lo anterior, el ego muere. Nuestra profunda realidad, nuestro yo esencial, nuestra esencia, resucita. Todo el proceso anterior ha conducido a la crucifixión de nuestro ego, a su muerte para preparar la resurrección. Por lo tanto, en Semana Santa, levantemos nuestro ánimo y alegrémonos. ¡celebramos su resurrección y la nuestra! Para los que no estamos en el final del proceso, alabamos el hecho de que estamos limpiando nuestros errores. No olvidemos que toda celebración implica un trabajo previo, constante, muchas veces arduo, pero lleno de satisfacciones.
San Agustín dijo:
"Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar, te enseña a que hagas cuanto puedes, y a que pidas lo que no puedes."
“Si aún puedes ser mejor de lo que eres, es evidente que aún no eres tan bueno como debes”.
Nunca es tarde, hoy podemos ser mejores que ayer, podemos comenzar a preparar nuestro corazón y que los sucesos no nos desanimen. Hoy si tenemos el tiempo, hoy podemos comenzar a determinar cuáles son nuestras prioridades, lo que hoy vivimos es lo único seguro que tenemos.
La Psicología espiritual te ayuda en todo momento. Atiendo durante esta temporada por VIDEOLLAMADAS al Celular 9931498830. Correo saracamposch@hotmail.com.
Psic y Psicoterapeuta Sara Campos Ch. UNAM