El miedo, el desánimo y la frustración como consecuencias de vivir en riesgo
La amígdala cerebral es una pequeña estructura del tamaño de una almendra y es la que recibe toda la información de nuestros sentidos. Se encarga de dar una respuesta emocional ante estímulos que podrían suponer un peligro para nosotros. Su papel es tan importante que no espera a que la corteza cerebral, que interpreta y da significado a los estímulos, le diga qué es lo que hay ahí fuera. Por si acaso, la amígdala te hace sobresaltarte. Si no es un estímulo peligroso, no pasa nada, pero en caso de que realmente fuera dañino, habríamos ganado unos segundos muy valiosos. Unos segundos que podrían ser fundamentales para la supervivencia. La amígdala no es la única involucrada, ya que el circuito que controla las emociones en nuestro cerebro es complejo e implica muchas más estructuras como el hipocampo, la corteza prefrontal o la región anterior de la corteza cingulada. No obstante, la amígdala se encuentra en todo momento analizando la información del exterior y, en caso de encontrar un estímulo potencialmente peligroso, se encarga de hacer saltar la alarma. Nuestra amígdala se encargará de añadir un componente emocional negativo cada vez que se presente la misma situación, como es el caso recurrente de las inundaciones. Pero, ¿cómo podemos deshacernos del miedo una vez aprendido? ¿Se puede superar una fobia? ¿Cómo se puede ayudar a la gente que ha sufrido experiencias tan traumáticas como la crisis sanitaria generada por la pandemia y ahora las inundaciones ?
Asociando una serie de emociones que se sienten ante tales acontecimientos, agregamos en seguida la depresión o desánimo.
Vienen la desesperanza y la depresión. La depresión, con su gran carga de sufrimiento que incluye tristeza, abatimiento, desgano, apatía, desinterés, representa como ningún otro problema esa lucha del ser humano por evitar o mitigar el dolor y el malestar. Sin embargo, este tipo de sufrimiento se ha generalizado tanto que hoy día podríamos decir que vivimos una verdadera «inundación» de depresión y emociones similares. No debemos confundir lo que son momentos normales de desánimo, sufrimiento y dolor, con un verdadero trastorno mental. La tristeza surge de las pérdidas humanas y materiales, la pena, la enfermedad y el daño. La tristeza es una de las emociones frecuentes en el ser humano, puede aparecer por múltiples causas y acompañarnos durante períodos variables a lo largo de nuestra vida. Aunque, si la sufrimos con frecuencia o por largos periodo de tiempo, la recomendación es acudir a un profesional, seguir algunos consejos nos puede ayudar a superar la tristeza y el desánimo.
Físicamente, la tristeza afecta a la frecuencia cardiaca, a la presión arterial, a la actividad neuronal y al tono muscular. Emocionalmente, promueve la negatividad y hace aflorar los recuerdos dolorosos. Desencadena una conducta apática e inactiva, lo que consigue que nos sintamos aún más tristes. Como todas las emociones, la tristeza tiene una duración determinada, afortunadamente no hay mal que dure cien años. Debemos aprovechar este sentimiento para hacer un análisis y ver qué información nos da sobre nosotros mismos y lo que nos está pasando. Hay que ver de qué herramientas o actitudes asertivas disponemos para manejarla hasta que desaparezca. La tristeza es una emoción inevitable en el ser humano. No pasa nada por estar triste y desanimado. Las emociones se manejan mejor desde el momento en que las aceptamos y, de esta manera, es una oportunidad para analizar qué nos está pasando y conocer mejor nuestros deseos y nuestras necesidades en ese momento. No debemos juzgarnos por nuestros sentimientos, pero tampoco ser demasiado indulgentes y pensar que todo pasará sin poner nada de nuestra parte.
Hay quienes reaccionan con frustración ante las crisis.
El concepto de frustración se define como el sentimiento que se genera en un individuo cuando no puede satisfacer un deseo planteado. Ante este tipo de situaciones, la persona suele reaccionar a nivel emocional con expresiones de ira, de ansiedad o disforia, principalmente. Es una reacción de desagrado cuando se logra un objetivo propuesto. La intensidad de la reacción de frustración puede propiciar afectaciones incluso a nivel cognoscitivo en situaciones de gravedad, como por ejemplo, la aparición de alteraciones en la memoria, atención o percepción.
Es una respuesta primaria e instintiva. A las personas que de manera frecuente reaccionan mostrando frustración se les atribuye una característica llamada baja tolerancia a la frustración. Estas personas buscan la inmediatez y tienen incapacidad de espera. Poseen un razonamiento rígido e inflexible, muestran escasa capacidad de adaptación a los cambios no programados. Además, no se adecuan a la realidad, pues interpretan como insoportable el deber lidiar con emociones desagradables como el enfado o la tristeza y les conduce, por otra parte, a elaborar una serie de expectativas previas alejadas de lo racional, desmesuradas y extremamente exigentes. Pueden desarrollar con más facilidad que otros individuos cuadros de ansiedad o depresión ante los conflictos o grandes dificultades. Creen que todo gira a su alrededor y que merecen todo aquello que piden, de forma que sienten cualquier límite como injusto puesto que va en contra de sus deseos. Les cuesta entender por qué no se les da todo lo que desean. Son inflexibles y su tendencia es pensar de manera radical: una cosa es blanca o negra, no hay punto intermedio. Por lo anterior se comprende que se desmotiven fácilmente ante cualquier dificultad como por ejemplo las situaciones adversas que hemos enfrentado este año 2020. Son dados al chantaje emocional si no se cumple lo que desean inmediatamente y manipulan con mensajes hirientes.
¿Qué predispone a las personas a ser así? El temperamento como parte biológica y genética distingue a los individuos en sus habilidades innatas, entre las cuales puede incluirse la tolerancia a la frustración. Otro factor predisponente es el entorno social y cultural en el que se desenvuelve la persona pues influye notablemente en el funcionamiento personal e interpersonal. El déficit en autocontrol como es el caso de los menores que aprenden una gran parte de sus conductas a partir de lo observado en sus padres, ellos trasmiten a sus hijos esa misma incompetencia.
Las personas actuarán de manera diferente ante las situaciones de riesgo según su personalidad. El rol del psicólogo es dar a conocer a las personas sus estados vulnerables y examinar el impacto psicoemocional y de la pandemia y del desastre, creando un ambiente de protección y asistencia, promoviendo así un clima de confianza en la persona o grupo de personas, y regular las reacciones psicológicas negativas que se presenten en ellas.
Psic Sara Campos Ch. Consultorio Torre Médica. Av Méndez 1110 Segundo piso. Tel 9933141178 y Cel 9931498830