2020 un año fatídico: coronavirus, inundación, pobreza y ansiedad
Un fenómeno meteorológico, nuevamente nos lleva a otra inundación en Tabasco. Vivimos un desastre, pues estamos en una crisis aguda que perturba físicamente la vida cotidiana y origina pérdidas palpables. Puede ser breve o durar varias semanas o meses y la situación afecta el equilibrio emocional de las personas. Es una emergencia que requiere acción pronta.
Si analizamos los factores que influyen en las inundaciones de la planicie tabasqueña, hablaríamos de la orografía del Estado, de la ausencia de ordenamiento territorial adecuado, de la deforestación de la parte alta de las cuencas, la acumulación excesiva de agua para generar energía en la presa Peñitas y luego la turbinación urgente a sabiendas de que inundarán algunas zonas bajas, los ríos azolvados y el cambio climático. Desde el periodo 1995-2010 se han hecho revisiones de las precipitaciones, escurrimientos, manejo de las presas de la cuenca del río Grijalva e inundaciones; se han presentado acciones que, según los responsables, han tomado para reducir los riesgos de inundación a la población, incluyendo el Programa Integral de Control de Inundaciones y el Programa Hídrico Integral de Tabasco, mismo del que al parecer, nunca se ha hablado ni se ha puesto a funcionar desde su creación.
Hemos vivido en el periodo mencionado, varias inundaciones:
Año 1995.- Esta temporada de lluvias fue caracterizada por la incidencia de los ciclones Opal y Roxanne; año 1999. - El fenómeno se debió a la conjunción de las ondas tropicales 26 a la 30, la depresión tropical 11 y los frentes fríos 4 y 7; año 2007.- Este fue un año de un enfriamiento abrupto e intenso del Océano Pacífico, lo cual ocasionó un evento de la fase fría de la Oscilación del Sur, el fenómeno El Niño. La temporada de lluvias se adelantó con el impacto del ciclón tropical Bárbara. Este evento fue producido por la incidencia de los frentes Fríos 4 y 7, reforzado cuatro días después por el ciclón tropical Noel. Dos tercios de la ciudad de Villahermosa estuvieron inundados durante casi 40 días y constituye uno de los desastres provocado por fenómenos naturales de mayor magnitud en la historia de México; año 2008.- La mayor precipitación se concentró en la cuenca tributaria del río Usumacinta; año 2010.- Esta es una temporada de lluvia muy semejante a la de 1999, dominada por la presencia de la zona intertropical de convergencia en la cuenca alta del Grijalva durante más de 40 días, acompañada de los ciclones tropicales Karl y Mathew.
Ahora año fatídico 2020.- Dos crisis: la biológica y la meteorológica. Al parecer la biológica la vamos superando, pero ahora, nos han tenido en alerta y sufriendo ya algunas inundaciones debido a los frentes fríos 4-5, la tormenta tropical Gamma y el desfogue de la presa Peñitas. Tomemos en cuenta que se han pronosticado 54 frentes fríos y vamos apenas en el 5°. ¿Qué podemos esperar?
Estamos ahora sin duda ante dos crisis de las denominadas por la psicología como circunstanciales. Aparecen de repente, son inesperadas, tienen la característica de emergencia, potencialmente afectan a toda una comunidad y generan peligro, pero también la oportunidad de ser manejadas y superadas. Ante estas catástrofes se vive tensión y surgen afectados por fuerzas ajenas, aunque al pasar de los días las familias tienden a adaptarse. Ahora vivimos con temor e incertidumbre durante esta época de lluvias y frentes fríos o ciclones, que ya ocasionan la inundación actual. El miedo aumenta y con razón, dado que hemos vivido desastres meteorológicos con anterioridad. Se dice que el agua tiene memoria y nosotros también.
Se vive en crisis cuando el organismo está en un estado de desequilibrio temporal precipitado por un estresor caracterizado como inescapable. Es una situación intensa que perturba nuestros mecanismos de adaptación usuales.
La situación que logra este desequilibrio puede ser ocasionada por un desastre real abrumador como es ahora el caso de otra inundación, mismo que se conjunta con el caos y el sufrimiento a causa de la pandemia que nos ataca desde el 18 de marzo. Como consecuencia de la situación caótica que nos abruma, viene la carencia económica que hunde la economía de los pobladores e incrementa la angustia y la pobreza.
En los últimos años se ha comenzado a prestar mayor atención al componente psicosocial que siempre está presente en todas las tragedias humanas. Las catástrofes son parte de nuestra vida y la depresión tanto como la ansiedad son alteraciones que sufre la población de manera masiva ante los embates de la naturaleza. Las víctimas son las personas que resultan afectadas por eventos disruptivos. En primer lugar, se encuentran las que fueron directamente dañadas; en segundo nivel se encuentran los familiares de las víctimas; en tercer lugar, los médicos, bomberos, periodistas y funcionarios públicos y como última clasificación se consideran las víctimas indirectas afectadas por ver, oír, o saber de los acontecimientos.
Cuando las personas viven crisis de este tipo, experimentan sentimientos de desilusión, cansancio, agotamiento, desamparo, mucho enojo y confusión. Vienen los síntomas físicos debidos a alteraciones psicosomáticas. Aparecen los sentimientos de ansiedad, se desorganizan las actividades laborales, educativas y sociales. Una parte de la desorganización por este tipo de crisis, es la vulnerabilidad y sugestionabilidad de las personas. Cuando un individuo ya no se siente capaz de enfrentar la situación caótica, le parece que todo va a destruirse, es casi como si ya no hubiera nada por defender. Un evento traumático inesperado pone al organismo y a la familia en desequilibrio y vulnerabilidad.