Mirar a las estrellas y no a tus pies

Mirar a las estrellas y no a tus pies
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Con la muerte de Stephen William Hawking en marzo de 2018, cerramos una era del conocimiento sobre las ciencias, el espacio, los hoyos negros en las galaxias, la física, y la multiplicidad del cosmos. Sin duda existen otras formas de vida en otros planetas, lo que supone que los médicos y biólogos del futuro también deberán plantearse interrogantes no sobre la existencia de esa vida, sino cómo preservarla.

El nuevo paradigma de la filosofía de las ciencias, lo encabezan las ciencias naturales y la medicina. El futuro de nuestro hábitat y del ser humano. El medio ambiente y quien lo habita. La ideología predominante de un capitalismo voraz que privilegia el consumo sin responsabilidad social ni cuidado del ambiente, ha traído catastróficas escenas de islas de plástico flotantes, aniquilación de hábitats, lagos, mares, ríos y manglares. Depredador incorregible, el ser humano tiende a destrozar el ambiente que habita y le da cobijo. En Tabasco, la muerte de peces y manatíes, son nada en comparación a la silente muerte que padecen los campesinos aparejados con la era petrolera, que si bien no es la única responsable de la desgracia, es la más visible.


La era que les tocará vivir a las nuevas generaciones de estudiantes de las ciencias de la salud se caracteriza por una notable ausencia de la BIOÉTICA. Egresan generaciones enteras sin referentes éticos sobre temas esenciales del mundo de hoy como la eutanasia, el trasplante y la donación de órganos, la voluntad anticipada, la fecundación asistida, la criogenización de cuerpos, la nanomedicina, la interrupción del embarazo, la clonación (¿Clonar a Donald Trump o a un Premio Nobel? ¿A Maradona o a Diego Laínez? ¿A Hitler o a Jesucristo? ¿A Miss España o a una prominente estudiante de medicina?) son los temas de esta década. Parafraseando al filósofo Zygmunt Bauman se trata de la “medicina líquida”, no hay una sólo teoría válida y uniforme, sino que todo está en constante cambio y movimiento.

La invitación es a formar nuevas generaciones de estudiantes de medicina con referentes éticos, que comprendan los límites de la ciencia médica y del actuar humano, que no jueguen a ser Dioses, si bien tampoco inhiban su creatividad de investigar. Ese límite que te pone la propia conciencia humana, de saber hasta dónde está el bien y dónde hacemos mal.

El genio más famoso de este siglo, afirmó antes de morir, que había estudiado el universo entero y concluyó: “Dios no existe” en su libro póstumo “breves respuestas a las grandes preguntas”. En la edad media Santo Tomás argumentó sus famosas cinco vías de la existencia de Dios, precisamente para científicos, racionalistas y ateos de esa época. En realidad Hawking repitió sin originalidad lo que han dicho los ateos desde que el hombre es hombre. Lo dijo acertadamente. Dios no existe, Dios “ES”. Nuestro científico buscó en los recovecos del universo, de la cosmología y de la física con un afán envidiable y no encontró rastros de ningún ser inmutable, omnipotente y divino. Cierto que Dios no está allí. Olvidó nuestro físico buscar en lo pequeño, en la materia diminuta, en la suave brisa, en el susurro, (1 Rey 19,12) en la lágrima de un niño, no en el relámpago. Dios generalmente habita, no en lo espectacular del cosmos, sino en lo profundo del corazón humano. Más aún, el de un corazón contrito, humilde, creyente que busca a Dios sin presunción ni altanería, allí es donde Dios se deja encontrar.


Dios no requiere ser “demostrado” (ni falta que le hace) sino que se le “encuentre”. El judaísmo se resumía en esta frase “Shemá Israel: ¡Escucha y pon en práctica! Adonai solo hay uno”. Para eso hay que buscarlo. Dios se dejó encontrar y dijo dónde estaría: en el rostro de los migrantes que buscan desesperados mesa y patria para vivir; en el enfermo, el cojo, el ciego, el leproso, el hambriento, la mujer abandonada, el huérfano, el pobre. “Maestro, ¿Cuándo te vimos migrante, desnudo, hambriento?... -Cuando ayudaste a uno de ellos, a mí me lo hiciste” (Mt25,31-46). Sí. Es un Dios clavado en la cruz. Hasta allí no llegan los físicos, ni los filósofos, porque es intolerable para la inteligencia racional. Para encontrarse con “este” Dios, no se requiere mucha física, ni química, ni medicina… sino mucha compasión. Dios se deja encontrar a quien le busca de Corazón. La actitud abierta de buscar y encontrar a Dios en los estudios, en la ciencia y en la realidad, siempre tiene un premio. Dios se hará presente a quien le busca con el corazón.

Hawking concluye su libro con esta frase “recuerda mirar a las estrellas y no tus pies”. Cristo más bien, nos invita a mirar en el fondo de nuestra alma, allí donde se toman las decisiones de la vida, en tu corazón: “Porque allí donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (MT6,21). La máxima griega del oráculo de Delfos “Conócete a ti mismo” es reformulada por Jesús para escudriñar en la brújula de nuestra libertad de conciencia, allí donde optamos por hacer el bien o el mal, en el fondo de nuestro corazón. Está bien mirar a las estrellas, pero si buscas a Dios, mira en tu interior. San Agustín tardó más de la mitad de su vida en comprenderlo: “¡Tarde te amé hermosura tan antigua y tan nueva! ¡Tarde te amé! y tu estabas dentro de mí y yo afuera, y así de por fuera te buscaba y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas que tu creaste. Tú estabas conmigo más yo no estaba contigo, me retenían lejos de ti, aquellas cosas que si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste y quebraste mi sordera, brillaste y resplandeciente y curaste mi ceguera, exhalaste tu perfume y lo aspiré; y ahora te anhelo. Gusté de ti y ahora siento hambre y sed de ti. Me tocaste y ahora deseo con ansia la paz que procede de ti”. Miremos pues, donde se debe.



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